¿Por qué los psicoanalistas insisten en hablar del inconsciente si las corrientes psicológicas modernas tienen su foco en la auto-superación, el aquí y el ahora, la inteligencia emocional, la auto-observación, en el empoderamiento de la persona, etc…?
Porque, a pesar de que estos conceptos suenen bien y tengan cierta nobleza, la estructura del sujeto goza de una complejidad infinita que hace que este asunto trascienda las nociones interesantes y las buenas intenciones. Cada sujeto tiene que lidiar con la repetición de pensamientos, actos, dolores, dramas; así como con el goce, la angustia y con la contradicción. Y por más que nos identifiquemos a un discurso de superación proclamado por una vivencia ajena, si no recorremos nuestro propio camino para develar la trama inconsciente que habita nuestra subjetividad, no servirá de nada ser un aliado de las buenas intenciones.
Aún no han inventado una pastilla capaz de borrar la repetición sin suprimir lo genuino del sujeto y sin embargo, día a día vemos los avances de la técnica haciéndonos conocedores de cómo se debería obrar para ser “feliz”, para ser “ricos”, para dejar de obsesionarnos con historias dolorosas, y, en fin, para tener una vida perfecta. Pero es justo ahí donde está el problema, porque en estos “deberías” encontramos una impostura radical en tanto que atiende a las demandas de una sociedad obsesionada con la imagen de la perfección, de la circularidad, de la completud, deslumbrada por la imagen del conjunto que cierra y con las historias que comienzan con un “Érase una vez” para terminar con un: “y comieron perdices para siempre.”
No hace falta mucha astucia para saber que lo anterior es un ideal y que tanto la existencia como el sentido de la misma desbordan por mucho esta imagen “perfecta”. La existencia carga con un real y la contradicción forma parte del sujeto desde el momento mismo en el que éste habla. Tenemos un cuerpo hecho de palabras y nos adscribimos con fe a la férrea estructura del lenguaje para poder sostenernos, desde un discurso, sobre el abismo de una realidad sin garantías.
Hablamos para vivir y por hablar, perdemos algo de lo vivo. Hablamos para ocultar nuestra trama inconsciente y con ello “homologar”, es decir, intentar hacer válida nuestra interpretación del mundo, una vez que chocamos con una “realidad” en donde un sentido de las cosas que per se no existe. No hay un “deber ser” de las cosas. No existe un único sentido de la vida.
Al discurso podemos ponerlo a prueba para lograr así acercarnos a la trama que guía diariamente nuestra interpretación del mundo. Todos gozamos de una trama, así como todos portamos la singular marca de nuestra historia. De allí que no sea posible ni una solución ni una clave universal para el sufrimiento de todos los sujetos dado que cada uno es un mundo muy diferente al de al lado. Incluso para los hermanos, aquellos que comparten historias similares, cada sujeto es y tiene su propio discurso.
Y al discurso hay que hacerlo hablar, hay que entrar a la trama, agarrarse con valentía para doblegar el propio narcisismo. Entrar como una herida profunda al mar de nuestra lengua e intentar ser un poco menos ignorantes acerca de los móviles de nuestro obrar.
Entonces, si repetimos la pregunta: ¿por qué los psicoanalistas insisten en hablar del inconsciente? Podríamos decir: para no volver a caer inadvertidos en la repetición. Al menos no inadvertidos.
Por Alejandro Tolosa